Un mundo huérfano by Giuseppe Caputo

Un mundo huérfano by Giuseppe Caputo

autor:Giuseppe Caputo
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789588979069
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Colombia
publicado: 2016-07-14T00:00:00+00:00


V

Versiones de la noche

Salimos del entierro, lleno yo de hielo negro, adentro, y sin querer pensar. El niño me dio una patada. Me dijo: “Corre, a ver si me alcanzas”, y se puso a brincar entre las tumbas. Lo ignoré, seguí caminando. Después regresó. “¿No quieres jugar conmigo?”. La madre se acercó por detrás. Lo pellizcó, le jaló el pelo. Gritó: “No molestes, me tienes harta”, y después: “Quédate quieto ya”. El niño fingió tristeza, después se distrajo con una piedra.

Busqué a mi padre: miraba el piso mientras caminaba. Alzó la vista y me buscó también —quizás sintió mi mirada—. Me dijo: “Vamos a casa”. Atravesamos la zona de los bares. Cada vez que nos llegaba luz —neones con la forma de hombres desnudos; un fósforo encendiéndose— miraba a mi padre de reojo, intentando descifrar cómo estaba, mortificado ante la posibilidad de verlo, otra vez, desgonzado sobre la cama. Y, sin embargo, cuando llegamos a casa —la casa que habíamos organizado a partir de los restos de nuestro anterior apartamento—, me encerré en mi cuarto apenas dijo: “Todo esto se tiene que ir”, señalando cuadros y muebles. “Hay que pagar el entierro”. Y desde mi cama, durante noches, paralizado en ella —pegado a ella—, ignorante de mí mismo y convertido en alguien más por la desidia —no queriendo saber si no me estaba moviendo porque no podía o no quería—, escuchaba a mi padre decir, decirse: “Esto se va. Y esto. Todo esto se tiene que ir”.

Él entraba a mi cuarto permanentemente y, sin saber muy bien qué hacer, me decía, sobándome la cara: “Somos pobres pero no hay que sentirnos condenados”. Y sonreía, vacío, con la ilusión de animarme, mientras yo lo miraba vaciándome. A veces me intentaba poner de pie —me recogía, es decir— o se quedaba en silencio, acompañándome desde el final de la cama. Me traía atún en lata, sopas, y si le decía sin mirarlo: “Gracias, déjala ahí”, salía del cuarto cabizbajo, rascándose la cabeza. Volvía a dormir, o a cerrar los ojos, y entre sueño y sueño me parecía oír el ruido de muebles reptando.

Una noche me dolió la espalda, o quizás venía doliéndome, y sólo esa noche me quise o me pude mover. Recordé el sofá de la sala, los cojines duros, y me paré para acostarme en él, sobre ellos. No había nada, sin embargo, cuando abrí la puerta: dos sillas solamente; la mesa, el ventilador. Empecé a buscar a mi padre sintiendo que eso no era más una casa. Sólo un lugar.

Fui a la cocina; no estaba. Después fui a su cuarto: en el centro del colchón estaban solamente las sábanas enredadas. En mí, una alarma. El recuerdo de Olguita. Me abrí —los ojos, el cuerpo—; empecé a llamarlo. “¿Papi?”. Fui al baño. “¿Papi?”. Silencio. Abrí la puerta, salí a la calle: el viento apenas. Y una luz —lejos—, las otras casas. “¿Estás por ahí?”, empecé a gritar. “¿Papi?”. Regresé a la casa en temor del barrio, la oscuridad viva. “¿Papi?”. Me detuve.



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